Este trazado quiere ser un homenaje
ofrecido a la memoria de nuestros antepasados, los que habiendo abandonado la
morada terrestre participan de los beneplácitos celestes de la Logia de lo
Alto, o del Oriente Eterno, cuyo Venerable Maestro no es otro que el Gran
Arquitecto del Universo. Por su entrega total a la Verdad y
al Conocimiento, ellos han constituido los eslabones de la «cadena iniciática»,
cuyo origen se encuentra más allá de cualquier datación histórica, más allá
incluso que el propio tiempo considerado en el devenir de su sucesión cíclica.
Y es precisamente a esta cadena iniciática a la que nos adherimos cada vez que
al final de nuestras tenidas formamos la cadena de unión fraterna,
testimoniando así nuestra plena integración en esa corriente de pensamiento que
constituye nuestra auténtica genealogía espiritual. Podemos afirmar que, en
esencia, la misma enseñanza que nuestros antepasados recibieron y
transmitieron, la hemos recibido y procuramos transmitir nosotros también, y
que este es, en el fondo, el compromiso que adquirimos con la Orden y con
nosotros mismos en el momento de prestar el solemne juramento iniciático ante
las Tres Grandes Luces.
Por otra parte, esto no significa que a nuestra
venerable Institución no pueda atribuírsele un origen histórico, y que éste no
se encuentre perfectamente ubicado en un determinado segmento del devenir
temporal. Como todos sabemos, el nombre de Franc-Masonería aparece por primera
vez en la Edad Media, entre los gremios de artesanos y constructores conocidos
como los franc-masones y compañeros operativos, herederos de las concepciones
metafísicas y cosmogónicas de la tradición pitagórica y hermética, herencia que
ellos supieron conjugar –hasta formar una unidad indisociable– con la gnosis y
el esoterismo judeo-cristiano, fundamento de la civilización medieval. Fue
gracias a esa conjugación de donde surgió el esplendor de la arquitectura
sagrada (reflejo de la Cosmogonía Perenne) plasmada en los templos-catedrales,
monasterios, ermitas, iglesias y multitud de otras edificaciones extendidas por
todo lo largo y ancho de la Cristiandad medieval. Por lo tanto, nuestras raíces
históricas hay que buscarlas en esa época, y todas las adaptaciones que desde
entonces, y por las circunstancias que fueren, se han producido en el seno de
nuestra Orden (como, sin ir más lejos, las que tuvieron lugar durante los
siglos XVII y XVIII con el paso de la Masonería «operativa» a la Masonería
«especulativa») siempre se han realizado atendiendo a lo legado y transmitido
por los constructores medievales.
Pero, en todo caso, estos son los
orígenes terrestres, no los orígenes celestes, a-temporales y a-históricos, si
bien hay que admitir que ambos conviven juntos (como conviven juntos,
interpenetrándose, lo simultáneo con lo sucesivo, o lo vertical con lo
horizontal), pues se ha dicho que «la revelación es coetánea con el tiempo», es
decir, que la posibilidad de la regeneración, de un renacer por la comprensión
de las Ideas, puede darse ahora mismo. Y este hecho, sin duda asombroso, es lo
que permite que la Luz del Conocimiento continúe manifestándose en el mundo,
aunque en la actualidad, y debido al alejamiento que sufre la humanidad entera
con respecto a todo principio verdaderamente transcendente y espiritual, la
recepción interior de esa Luz tan sólo se produzca en el corazón de unos pocos,
en los que se consideran a sí mismos los herederos de la Tradición.
Precisamente, a los orígenes de
nuestra cadena iniciática aludían ciertas leyendas que circulaban entre los
masones operativos. En una de esas leyendas se decía que «nuestro padre Adán
fue el primer hombre iniciado... pues tenía grabada sobre su corazón la ciencia
de la Geometría», que, añadiremos, no es otra que la propia Masonería. «Fiel a
las instrucciones dadas por Dios (o por el Gran Arquitecto, el cual es
considerado en el contexto de estas leyendas como el "primer masón, pues
creó la Luz"), Adán levanta la primera Logia en el Paraíso».
Posteriormente él, Adán, transmitió a sus hijos y descendientes la ciencia
sagrada recibida directamente por el Gran Arquitecto, «y conjuntamente con
todos ellos se dedicó a expandir la Masonería por toda la superficie de la
Tierra».
Es obvio, queridos hermanos, que
aquí no encajan consideraciones histórico-temporales de ningún tipo. El
contenido de este relato, descrito con un lenguaje puramente simbólico y, por
lo tanto, preñado de sutil significado, en realidad confirma lo que ha sido y es
unánime en todas las tradiciones: que el Paraíso (el equivalente exacto del Pardés en la Cábala hebrea y
del Paradésha en
la tradición hindú) fue en realidad la sede de la Gran Tradición Primordial,
nombre que ha recibido la depositaria original de la Filosofía y la Sabiduría
Perennes, y por consiguiente la matriz de donde proceden por sucesivas
adaptaciones todas las culturas y civilizaciones sagradas de la humanidad. Y
si, como se señala en dicho relato, la primera Logia estuvo en el Paraíso,
entonces lo que en verdad se está afirmando es que la Masonería también
entronca con la Tradición primigenia; que es, en suma, una de sus múltiples
ramificaciones, signada por una forma artesanal que ha tomado la construcción
cosmogónica –el Arte Real u Obra Magna– como un soporte para retornar de nuevo
a su fuente una y primordial. Rebatida en el plano de la historia nuestra Orden
ha adquirido, efectivamente, esa forma artesanal, pero desde el punto de vista
axial y metafísico ¿qué diferencia habría entre ella y la Tradición primera? En
este sentido, ¿acaso no se dice que la Logia masónica, como la que nos está
acogiendo en estos momentos, es una imagen del Jardín edénico? Y a esta
primordialidad ¿no aluden también algunos rituales masónicos cuando al
referirse al origen de nuestros símbolos dicen que éstos existen «desde tiempo
inmemorial», que se pierden, en fin, en la «noche de los tiempos»?
Prácticamente, todos los manuscritos
que se han conservado de los antepasados operativos se centran en la
descripción simbólica del árbol genealógico que comienza con la descendencia
adámica y finaliza con la expansión y establecimiento de la Masonería en la
Europa medieval. En esos manuscritos se han recogido los episodios más
significativos de la historia sagrada y mítica de nuestra Orden, lo que
podríamos denominar nuestra «memoria sagrada», reiterada asimismo en cada una
de las leyendas y mitos que jalonan la estructura jerarquizada de los distintos
grados iniciáticos. De más está decir que esas leyendas, lejos de ser simples
fantasías como podría pensarse desde la ignorancia de lo profano, constituyen
elementos muy importantes dentro de la propia enseñanza iniciática. En tanto
que símbolos de transmisión oral, las leyendas y los mitos son también
vehículos y soportes de la influencia espiritual emanada del Gran Arquitecto.
En este sentido, habría que recordar que la palabra «leyenda» quiere decir
«aquello que puede ser contado», y lo que puede contarse o relatarse es siempre
una realidad perteneciente al mundo de lo sagrado, en ese espacio-tiempo
interior donde acaecen las teofanías, la comunicación con los dioses (con lo
supra-humano) y las revelaciones de los más profundos misterios de la vida y
del cosmos. Poco importa que el evento relatado en las leyendas haya tenido necesariamente
que ocurrir tal y como se cuenta en ellas, o que haya tenido su traducción en
el plano de la historia. Lo que importa, sobre todo, es lo que dicho evento
está simbolizando de la realidad de lo sagrado, y que siempre tendrá una
correspondencia análoga con lo vivido y experimentado interiormente por el
iniciado.
Desde el punto de vista de la
realización espiritual el mito y la leyenda son, pues, la «historia verdadera»,
la que aconteció en los orígenes y que acontece periódicamente cada vez que se actualiza
lo que en ella se está revelando. Tal es el caso, por ejemplo, de la leyenda
del grado de maestro masón, centrada en el relato simbólico de la muerte
sacrificial, la posterior búsqueda y la resurrección del cuerpo del Maestro
Hiram, el mítico arquitecto que dirigió la construcción del Templo de Salomón,
y que en esa leyenda aparece adornado con los atributos propios de un héroe
solar civilizador. Pues bien, queridos hermanos, muy poco de lo que en la
leyenda se describe se encuentra en los versículos bíblicos donde se hace
mención expresa del nombre de Hiram, lo que quiere decir que el relato
legendario extrae su contenido de un arquetipo que se refleja y se reitera en
el proceso mismo de la iniciación, cualquiera sea la forma o el contexto tradicional
en que ésta se exprese.
Para testimoniar nuestro homenaje
nada mejor, pues, que transcribir fragmentos de algunos de los antiguos
manuscritos que anteriormente hemos mencionado. Tal
vez la manera como están escritos estos episodios de nuestra historia
tradicional pudiera parecer algo tosca y simplista a una mentalidad «académica»
y «erudita», acostumbrada a dar más crédito al «estilo» literario de un texto
que a los conceptos e ideas que en él se vierten. No hay estilo en estos
relatos, como tampoco literatura, por la misma razón que nada de individual o
personal se desliza en ellos. Tengamos en cuenta que en una sociedad
tradicional, o en una organización iniciática (como es la nuestra), el autor, o
autores, que han sido los encargados de recoger su memoria sagrada han
permanecido casi siempre en el más completo anonimato. Por poner un ejemplo
referido a nuestra Orden, ¿se sabe con certeza quiénes fueron los que adaptaron
los antiguos rituales operativos en el período en que en la Masonería se produce
la mutación especulativa?
En realidad la manera como están
escritos estos episodios legendarios deja entrever una «ingenuidad» propia de
hombres que lo que de verdad les ha interesado transmitir no es la letra, o la
forma, sino el espíritu que a través de ella –como símbolo– se manifiesta y
revela. En definitiva, que se remiten a lo esencial. Por lo demás, y como ya se
ha dicho, las leyendas antes de ser codificadas por escrito eran transmitidas
de forma oral, y en ocasiones acompañándose del canto, la música y la poesía,
lo cual, ciertamente ha sido algo habitual entre los pueblos arcaicos y en los
orígenes de toda gran cultura tradicional.
Pasaremos, pues, a la lectura de
esos fragmentos, no sin antes indicar que hemos preferido no hacer ningún
comentario a las muchas y muy interesantes sugerencias simbólicas que se
desprenden de ellos, pues en verdad estos manuscritos ofrecen una excelente
oportunidad para ir profundizando en el conocimiento de nuestra tradición. Es
nuestro deseo dejar a los hermanos que sean ellos mismos quienes extraigan sus
propias conclusiones, en la libertad que procura la serena y concentrada
meditación sugerida por el lenguaje misterioso y evocador de los símbolos:
«Nuestra intención es principalmente tratar del origen
primero de la preciosa ciencia de Geometría, y de aquellos que fueron sus
fundadores... Debéis entender que entre todas las artes del mundo... la
Masonería tiene la mayor notoriedad, y forma la parte más grande de esta
ciencia de Geometría... Creo que esto se puede decir, porque ella se encontró
de la manera que aparece en la Biblia, en el primer libro del Génesis.
Entre los hijos descendientes de Adán en línea directa,
en la séptima generación a partir de Adán, antes del diluvio de Noé, hubo un
hombre llamado Lamec, el cual tuvo dos mujeres: una se llamaba Adah y la otra
Sella. De la primera mujer, que se llamaba Adah, tuvo dos hijos; uno se llamaba
Jabal y el otro Jubal. El hijo mayor Jabal fue el primero en encontrar la
Geometría y la Masonería, y fue el padre de los pastores, de los hombres que
habitaban en habitaciones de tienda. Él fue maestro masón de Caín, hijo de
Adán, y el gobernador de todas sus obras cuando Caín hizo la ciudad de Enoch
(que era el nombre del hijo de Caín, según la Biblia)... y ahora esta ciudad se
llama Efraím. Así es cómo la ciencia de la Geometría y la Masonería se
aplicaron por vez primera, en tanto que ciencia y oficio, y así podemos decir
que ésta fue la causa primera y el fundamento de todas las ciencias y oficios.
Y de este hombre, Jabal, dice el Maestro de Historias, Beda, en el De Imagine Mundi, que fue el primero que dividió el suelo, de manera que
cada hombre pudo conocer su propio terreno y trabajarlo como su bien propio;
Jabal divide los rebaños de ovejas, de manera que cada hombre pudo saber cuáles
eran sus ovejas, y así podemos decir que él fue el primer fundador de esta
ciencia. Y su hermano Jubal fue el primer fundador de la Música, tal y como
Pitágoras lo dice en el Policronicon, e Isidoro (de Sevilla) dice lo
mismo en las Etimologías, en el libro seis: dice que Jubal fue el primer fundador
de la Música, del canto, de la cítara y de la flauta, y encuentra esta ciencia
por el sonido y el peso de los martillos de su hermano, que se llamaba Tubal
Caín.
De manera semejante la Biblia dice en el mismo capítulo
del Génesis que Lamec engendra de su otra mujer, Sella, un hijo y una hija,
cuyos nombres eran Tubal Caín y Noemá... Pero este Tubal Caín fue el primer
fundador del arte de la forja y de los otros oficios de metal, a saber, del
hierro y del cobre, del oro y de la plata, como lo dicen ciertos doctores; y su
hermana Noemá fue la primera fundadora del arte del tejido... y como esta mujer
inventa el arte del tejido, por esta razón se le ha llamado oficio de mujer.
Y todos estos hermanos sabían que Dios quería vengarse
del pecado de los hombres por el fuego o por el agua, y se inquietaron mucho al
pensar cómo podrían salvar las ciencias que habían inventado; y se pidieron
consejos unos a otros, y reuniendo sus luces se dijeron que había dos
variedades de piedra cuyas virtudes eran tales que una –la de mármol– jamás se
quemaría, y la otra –la de ladrillos– no se sumergiría en las aguas; y de esta
manera ellos concibieron la idea de escribir sobre estas dos piedras todas las
ciencias que habían inventado, de tal manera que si Dios ejercía su venganza
por el fuego, entonces la piedra de mármol no se quemaría, y si Dios enviaba su
venganza por el agua, la otra piedra no se hundiría... Aun conociendo que Dios
enviaría su venganza, no sabían si ésta vendría por el fuego o por el agua; es
por una profecía que sabían que Dios lo haría por una o por otra, y es por eso
que escribieron sus ciencias sobre las dos columnas de piedra. Y algunos
afirman que ellos escribieron la totalidad de las siete ciencias sobre dichas
piedras... Y aconteció que Dios la envía por el agua, si bien hubo tal diluvio
que el mundo entero se sumergió, y todos los hombres perecieron, salvo ocho
personas, a saber, Noé, su mujer, y sus tres hijos con sus mujeres; y todo el mundo
desciende de estos tres hijos, y sus nombres son como sigue: Sem, Cam y Jafet.
Y este diluvio fue llamado de Noé, porque él y sus hijos fueron salvados, y
nadie más.
Muchos años después, como lo cuenta la crónica, estas
dos columnas fueron encontradas, y como lo relata el Policronicon, un
gran clérigo que los hombres llamaron Pitágoras encuentra una, y Hermes el
filósofo, el "padre de la sabiduría", encuentra la otra, y ambos
propagaron las ciencias que fueron escritas. Todas las historias y crónicas, y
muchos otros clérigos, y la Biblia principalmente, testimonian la construcción
de la torre de Babilonia; y en la Biblia está escrito, Génesis capitulo X, cómo
Cam, hijo de Noé, engendra a Nimrod (que quiere decir), "poderoso delante
del Señor"; Nimrod deviene un hombre poderoso sobre la tierra, y fue un
hombre fuerte como un gigante, y un gran rey. Y al comienzo de su reino y
realeza él fue el gran rey de Babilonia y de Accad, de Calneh y del país de
Shinar. Y Nimrod también fue masón y empieza la torre de Babilonia, y enseña a
los obreros el oficio de Masonería... y cuando hizo construir la ciudad de
Nínive y otras ciudades del Oriente, Nimrod envía cuarenta masones a petición
del rey de Nínive, su primo, llamado Assur. Y cuando los envía, les da la obligación
siguiente: que sean leales los unos hacia los otros; y que vivan juntos
lealmente; y que sirvan lealmente a su señor por su salario, de tal manera que
su maestro de obras sea honrado y reciba todo lo que merece; y les da aún otros
deberes. Ésta fue la primera vez que los masones recibieron una obligación
concerniente a su oficio.
Tiempo después, Abraham, con Sara, su mujer, va en
peregrinaje a Egipto... Y Abraham fue un hombre sabio y un gran clérigo, y
conoció la totalidad de las siete ciencias. Y enseña a los Egipcios la ciencia
de la Geometría. Y tuvo en Egipto un alumno excelente, en quien se revela la
gloria de aquel tiempo, de nombre Euclides. Este hombre joven desarrolla su
talento hasta el punto que sobrepasa a todos los artistas de entonces sobre la
tierra, y Abraham se complace en él por esto...
Y el excelente clérigo Euclides toma a los hijos de los
señores y les enseña la ciencia de la Geometría: es decir, a obrar en toda
clase de excelentes obras de piedra, templos, iglesias, claustros, ciudades,
castillos, pirámides, torres... Él los organiza en orden, y les enseña a
reconocerse con certeza. Euclides confirma las costumbres de Nimrod:
Que se amen los unos a los otros
verdaderamente; Que guarden la ley de Dios escrita en sus corazones;
Por encima de todo, que guarden los secretos de la
Logia y los secretos los unos de los otros;
Que se llamen el uno al otro "compañero" y
que se abstengan de cualquier apelación malsonante;
Que se comporten como hombres del arte y no como
rústicos incultos;
Que invistan al más sabio de entre ellos para ser el
maestro de los otros y supervisar la obra;
Que, ni por amor propio, ni por el gusto de las
riquezas, traicionen la confianza puesta en ellos, y que no designen a nadie
falto de inteligencia como maestro de obra del señor, a fin que el oficio no
sea causa de escándalo;
Que llamen al gobernador de la obra «maestro» durante
el tiempo que trabajen con él.
Y Euclides escribe para ellos un libro de las
Constituciones, y les hace jurar por el mayor juramento en uso en aquel tiempo,
que observarían fielmente todas las instrucciones contenidas en las
Constituciones de la Masonería...
Después de esto, el excelente clérigo Euclides inventa
muchas otras raras invenciones y cumple maravillosos trabajos, pues no había nada
que él no conociera de las 7 ciencias liberales: gracias a lo cual convirtió al
pueblo de Egipto en el más sabio de la tierra.
Seguidamente, los hijos de Israel fueron a la Tierra
Prometida, que ahora es llamada entre las naciones el país de Jerusalén, donde
el rey David comienza el Templo de Jerusalén que, entre ellos, es llamado Templum Domini (el
Templo del Señor). Y David ama a los masones y los acoge dándoles buenos
consejos. Él les da su obligación de esta manera:
Que obedezcan fielmente los Diez Mandamientos que
fueron escritos por el dedo de Dios en caracteres de piedra –o Mesas de mármol–,
y dadas a Moisés en el santo monte Sinaí, y esto con una solemnidad celeste:
miríadas de ángeles con carros de fuego las escoltan en cortejo, lo que prueba
que la escultura sobre piedra es de institución divina.
Así, otras muchas cosas David les da en obligación,
semejantes a las que traían de Egipto y recibidas del muy famoso Euclides...
Después de esto, David paga el tributo de la
naturaleza. Y Salomón, su hijo, realiza el Templo que su padre había comenzado;
y diversos masones de muchos países se reunieron, de manera que hubo ochenta
mil, entre los cuales trescientos que estaban cualificados fueron designados como vigilantes de la obra.
Y había
en Tiro un rey denominado Hiram que amaba mucho a Salomón, al que le da maderas
para su obra. Le envía igualmente un artista en quien habitaba el espíritu de
sabiduría; su madre era de la tribu de Neftalí y su padre un hombre de Tiro; su
nombre era Hiram Abí (que quiere decir "Hiram mi Padre"). El mundo no
produjo uno igual hasta ese día.
Era un maestro masón de un saber y una generosidad
extremas. Y fue maestro masón de todas las edificaciones y edificadores del
Templo y de todas las obras talladas y esculpidas en el Templo y alrededores,
como está escrito en el primer libro de Reyes, en su 7.º capítulo.
Y Salomón
confirma a la vez las obligaciones y las costumbres que David su padre había
dado a los masones; y así fue confirmado el excelente oficio de la Masonería en
el país de Jerusalén y la Palestina, y en muchos otros reinos.
Las gentes del oficio se repartieron por diversos
lugares, algunos para aprender más sobre el arte y el oficio; y algunos fueron
cualificados para enseñar a los otros e instruir a los ignorantes, de manera
que el Oficio comenzó a tener una espléndida y gloriosa aceptación en todo el
mundo, particularmente en Jerusalén y en Egipto.
Y, hacia esta época, el masón curioso de ciencia Namus
Grecus, que había trabajado en la construcción del Templo de Salomón, llega al
reino de Francia, y enseña el arte de la Masonería a los niños del arte de este
país.
Y hubo
un príncipe de la línea real de Francia, llamado Carlos Martel, que ama a Namus
Grecus más allá de toda expresión a causa de su inteligencia en el arte de la
Masonería. Y Martel adopta las costumbres de los masones... organizándolos en
el orden que Grecus le había enseñado... Así vino el Oficio a Francia.
Inglaterra durante todo este período se encuentra
desprovista de masones, hasta el tiempo de San Albano; era éste un estimable
caballero, intendente de la casa del rey, y tenía el gobierno del reino. E
inviste masones a sus principales compañeros...
San Albano prescribe también que un cierto día, cada
año durante el mes de junio, tuviera lugar una asamblea y una fiesta a fin de
mantener la unidad entre ellos, y que este día, el de San Juan, ellos alzarían
su estandarte real con los nombres y títulos de todos los reyes y príncipes que
habían sido recibidos en su asociación, y harían lo mismo con las armas de los
masones y las del Templo de Jerusalén y de todos los monumentos famosos del
mundo.
Todas estas franquicias, este noble hombre las obtiene
del rey, y éste les concede una carta para mantenerlos unidos por siempre.
Además, ellos recibieron la divisa siguiente en letras de oro sobre campo de
gules con negro y plata: Invia
virtutis via nulla.
Más tarde llega el reino de Athelstan, que fue un buen
rey de Inglaterra... y edifica excelentes y suntuosas edificaciones, como
abadías, iglesias, claustros, conventos, castillos, torres, fortalezas... Este
rey se comporta como un hermano afectuoso con todos los masones cualificados.
Además, él tenía un hijo de nombre Edwin. Y este Edwin
ama a los masones hasta el punto de no poder comer ni beber sin la compañía de
éstos. Era un espíritu noble y generoso, lleno de arte y de práctica. Escogía
reunirse con los masones antes que con los cortesanos de la corte de su
padre... y él aprecia el arte de los masones, y entra en la orden.
El príncipe Edwin gratifica a los maestros de la
fraternidad con escuadras de oro y compases de plata con puntas de oro, y
perpendiculares de oro puro, y paletas de plata, así como de todos los demás
instrumentos... Él consigue de su padre una carta y poderes para celebrar cada
año una asamblea de masones en la que cada uno estaba obligado a rendir cuentas
de su capacidad y de su práctica. Y, en estas reuniones, Edwin les da nuevos
métodos de secreto (toques, palabras, signos), enseñándoles las buenas
costumbres conforme a las reglas de Euclides y de Hiram y de otros famosos
notables.
Más adelante Edwin va a York y hace masones, dándoles
su obligación y enseñándoles las costumbres de la Masonería. Escribe un libro
de las Constituciones y ordena que la regla sea mantenida siempre.
Además, proclama que todos los masones que tuvieran
certificados por escrito de sus viajes, y de su capacidad y práctica, deberían
presentarlos para probar su arte y sus comportamientos anteriores; y así fue
hecho, algunos en hebreo, otros en griego, latín, caldeo, siríaco, francés,
alemán, eslavo e inglés, así como en otras muchas lenguas, y el contenido de
todos ellos era idéntico. El famoso Edwin les recuerda la confusión que tuvo
lugar durante la construcción de la Torre de Nimrod, y que si ellos deseaban
que Dios les favoreciera, a ellos y a sus acciones, no deberían ser tentados o
atraídos por la idolatría, sino sinceramente honrar y adorar al Gran Arquitecto
del cielo y de la tierra, manantial y fuente de todo bien, que edifica la forma
visible a partir de nada y pone los fundamentos sobre las aguas profundas, y
ordena al mar ir hasta sus límites y no más lejos, el gran señor del cielo y de
la tierra, el único protector del hombre y de las bestias, él que rige y
gobierna el sol, la luna y las estrellas. Y además él les dice como hacer para
que su Toda-Potencia entre en el interior del compás de su inteligencia a fin
de que ellos sientan horror en ofenderla. Y muchas otras máximas divinas que él
les da para que guarden en su memoria.
Y Edwin ordena que sea hecho un libro relatando la
manera como el Oficio fue inventado al comienzo y que sea leído cada vez que se
haga un masón... y que se le dé su obligación conforme a este libro. Y desde
ese día hasta el tiempo presente, las costumbres de los masones han sido
preservadas en esta forma, para que los hombres puedan llegar a ser maestros de
sí mismos».
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