Sobre una polémica 
Tal como recordará el lector, en la sección "Revista de Revistas" de nuestra edición anterior sobre la Tradición Hermética (Guatemala 1996), al comentar el ejemplar 43-44 de Connaissance des Religions, que incluía el artículo de André Amalric "La Franc-Maçonnerie est-elle traditionnelle? (A propos d'un ouvrage de Denys Roman)", señalamos que dejaríamos la crítica de éste para nuestro presente Nº. En el interín ha salido publicado un artículo en Vers la Tradition nº 67 firmado por André Bachelet en donde se da cuenta de dicha colaboración de A. Amalric, y pensamos que se ha ocupado del asunto con mucha más elegancia y altura de la que nos sentimos capaces, señalando con justeza las rectificaciones a las afirmaciones más pesadas (y no carentes de mala intención) proferidas por parte de éste. Es de hacer notar que la revista Connaissance des Religions es de tendencia schuoniana, y que el propio suizo en ese mismo número se pregunta cómo alguien puede concebir a Dios geométricamente -" 'circular' o 'esférico' "- con todo lo que ello significa. Las afirmaciones del dicho Amalric conciernen tanto a la Masonería como a Denys Roman, autor de dos obras que se utilizaban como pretexto para atacar a la Orden, malversando incluso el pensamiento de René Guénon. Reproducimos la mayor parte de la Mise au point del Sr. André Bachelet y alguna de sus notas (los corchetes son nuestros). He aquí otra muestra de la mala fe de los medios "suizos" y de su animadversión para con la Masonería: 
 
    "En efecto, cuando el señor Amalric aborda el dominio masónico, lo hace según una perspectiva difundida en el medio católico "integral", muy próximo al integrismo generalmente refractario a la obra de René Guénon; ejemplifica así la opinión de esa categoría de tradicionalistas para quienes la Masonería, en su naturaleza profunda, es siempre la "Sinagoga de Satán" aborrecida por la Iglesia romana. 

    Que el Sr. A. tome como pretexto la aparición de las dos obras de D. Roman para abordar algunos puntos de la historia de la Masonería, es interesante en más de un aspecto; al hacerlo, extrae unas conclusiones que, con apenas algunas excepciones, no nos parece que se salgan de los habituales lugares comunes trillados por los historiadores de mentalidad profana. Efectivamente, ¿no recurre, "para iluminar al lector", al método histórico "crítico", de cuya aplicación ya se sabe que, limitada en su punto de vista al exoterismo más estrecho, desacraliza todo lo que toca? La aceptación de esto último por parte de un católico intransigente como, parece, es el autor, sorprende por su falta de lógica. De ese modo, su demostración sólo contribuye, por la manera de tratar el tema, a extraviar un poco más al lector. Hay que repetir que la Masonería, por su naturaleza iniciática, no se presta de ninguna manera a una investigación según ese método, y que éste no constituirá nunca más que una forma de salir del paso para algunos especialistas afectados de carencia de "documentos" quienes, por ello, quedan reducidos a formular sin cesar nuevas hipótesis. Su conocimiento efectivo, es decir la toma en consideración de los depósitos que ella vehicula y su verdadera razón de ser, permanecerá siempre fuera del alcance de aquellos que se sitúan en ese terreno. Como ejemplo de la opinión preconcebida del autor, se constata que adelanta la fácil y confortable tesis sobre el origen cristiano (se sobreentiende: católico) de la Masonería, nacida "espontáneamente" en la época de las grandes catedrales, lo que es absurdo pero muy cómodo para evitar tomar en cuenta su "origen" pre-cristiano y su carácter universal cuyas notables consecuencias prefiere, por ello, ignorar. Igualmente hay que insistir sobre las extravagancias verbales y pretenciosas referidas a la necesidad de "la influencia de Maestros auténticos formados por la tradición puramente oral y el 'Arte de la rememorización' ", y al "retorno al 'Septenario Sagrado' ", de las que se puede lamentar la formulación algo. lapidaria habida cuenta de su contenido. A lo largo de todo su texto, el autor nos abruma con expresiones que definen los límites de su análisis; se descubre así que la fórmula de D. Roman, "El Arca Viviente de los Símbolos", concerniría de hecho: "a toda una herencia de 'depósitos' más o menos heteróclitos .", que ello "no podría tener que ver más que con un interés arqueológico muy relativo .", para añadir a continuación "que puede uno interrogarse acerca del carácter efectivo (eficaz) de la iniciación masónica hoy . . A causa de su "desviación" especulativa por individuos extraños al oficio de constructor . ", ella "habría sido reducida así a no transmitir ya más que una 'influencia psíquica' . ", "[planteándose] el problema de la ruptura de la continuidad tradicional", etc... Pero no podemos acabar esta "antología" antimasónica sin hablar de la sorprendente seguridad con la que el autor zanja el problema del esoterismo cristiano tal como lo aborda D. Roman en su obra, reduciéndolo a una "afirmación temeraria". Nos permitimos plantearle la pregunta siguiente: ¿de qué parte se encuentra pues la "temeridad"? Desde luego, la acostumbrada cantinela sobre la necesidad de que, para un eventual y supuesto reconocimiento y reconciliación, "sean restablecidos los vínculos rotos con la Iglesia", no se nos ahorra. Que el autor no sea consciente de la irrealidad de esta última "proposición" es propiamente sorprendente.1 Señalamos igualmente una frase relativa al significado de la "Palabra perdida", particularmente significativa por el hecho de que ilustra su desconocimiento del Arte Real y de todo proceso iniciático en general: "(.) los trabajos de Denys Roman, (.) ¿presentan algún otro interés que no sea teórico cuando se sabe que se aplican a una Franc-Masonería que se dice puramente especulativa y se interroga ella misma sobre la "Palabra perdida", reconociendo así que ha roto todo vínculo con su lejano origen operativo?". Nos gustaría creer, especialmente en este caso preciso, en una redacción defectuosa. Por lo que concierne a este último punto, constatamos, en múltiples pasajes -¿método o simple negligencia?-, la extraña confusión que resulta de la amalgama entre los fragmentos de citas de D. Roman y las consideraciones del autor; únicamente las tomas de posición de este último permiten restablecer una atribución correcta. 

    Restauremos ahora en su integridad la cita de René Guénon, cuidadosamente escogida, amputada y extraída de su contexto, utilizada con el objetivo de dar a entender que despreciaba los altos grados del Escocismo, cosa que era manifiestamente lo contrario y de lo cual puede llegarse al convencimiento leyendo su obra con la atención que merece. Para permitir la comparación a nuestros lectores, reproducimos en primer lugar la cita tal como la refiere el Sr. Amalric: "Parece resultar de ello que todos los sistemas de altos grados son completamente inútiles, al menos teóricamente, ya que los rituales de los tres grados simbólicos describen, en su conjunto, el ciclo completo de la iniciación." Y he aquí la de R. Guénon: "Hemos visto, en un artículo precedente, que, comportando la iniciación masónica tres fases sucesivas, no puede haber sino tres grados, que representan esas tres fases; parece resultar de ello que todos los sistemas de altos grados son completamente inútiles, al menos teóricamente, ya que los rituales de los tres grados simbólicos describen, en su conjunto, el ciclo completo de la iniciación. Sin embargo, en realidad, siendo la iniciación masónica simbólica, forma masones que no son sino el símbolo de los verdaderos masones, y les traza simplemente el programa de las operaciones que habrán de efectuar para acceder a la iniciación efectiva. Es a este último fin al que tendían, al menos originariamente, los diversos sistemas de altos grados, que parecen haber sido precisamente instituidos para realizar en la práctica la gran Obra de la que la Masonería enseñaba la teoría".2 Para terminar con este punto, reproducimos dos cortas citas extraídas de la conclusión del mismo capítulo; en este texto que forma parte de sus primeros escritos sobre el tema, R. Guénon da prueba ya de su información y de su discernimiento: "(.) Hemos querido simplemente decir aquí lo que pensamos de la institución de los altos grados y de su razón de ser; los consideramos como teniendo una utilidad práctica indiscutible, pero con la condición, que desgraciadamente demasiado a menudo no se realiza, sobre todo hoy, de que cumplan verdaderamente el objetivo para el cual han sido creados. Para ello, sería necesario que los Talleres de esos altos grados fueran reservados a los estudios filosóficos [René Guénon da evidentemente a esta palabra su sentido etimológico y no el que se le atribuye habitualmente y que ejemplifica un modo de pensamiento individual] y metafísicos, demasiado a menudo descuidados en las Logias simbólicas; no se debería olvidar jamás el carácter iniciático de la Masonería, que no es ni puede ser, se diga lo que se diga, ni un club político ni una asociación de socorros mutuos", y termina así su discurso: "No nos extenderemos más sobre este tema, pensando que ya hemos dicho lo bastante como para hacer entrever lo que podrían ser los altos grados masónicos, si, en lugar de querer suprimirlos pura y simplemente, se hiciera de ellos centros iniciáticos verdaderos, encargados de transmitir la ciencia esotérica y de conservar íntegramente el depósito sagrado de la Tradición ortodoxa, una y universal". ¿Es necesario decir algo más? 

    En el haber del autor, reconocemos la justeza de su análisis cuando denuncia, por ejemplo, el carácter anti-tradicional de la mayoría de las actuaciones de Anderson y Desaguliers, y de los "Modernos" en general. Pero debería haberse insistido esta vez, como respuesta, en las rectificaciones que, en distintas ocasiones, fueron obra de los "Antiguos" (las cuales no se limitaron a la Unión de 1813), y permitieron -por lo menos- la restauración de numerosos usos rituales y simbólicos de gran importancia, salvando así una parte nada despreciable de la herencia proveniente de la Masonería operativa. Aunque ese argumento le sea útil para "denunciar" lo bien fundado de los altos grados, el autor reconoce el lugar eminente del complemento de la Maestría que es el Arco Real, cuyo origen operativo es seguro. Igualmente, sepamos agradecerle el haber puesto el acento -siguiendo a R. Guénon- sobre la necesidad de un "auténtico trabajo iniciático y operativo", incluso aunque una tal empresa pueda aparecer hoy y bajo una perspectiva humana, como muy problemática para aquellos preocupados por las condiciones en las que debería realizarse la perennidad de la Orden. 

    Pero nos planteamos una pregunta: estos elementos positivos, ¿son conciliables con lo esencial de las declaraciones del autor, siendo que estas ponen en tela de juicio la realidad de la transmisión de una influencia espiritual en la Orden masónica? 

    Lo que sobre todo retiene la atención en ese texto, es la pretensión de su propósito, que se manifiesta por un descaro respecto a la obra de R. Guénon y D. Roman, duplicado por el desprecio en lo que se refiere a la Orden. Así, si se comprende bien al autor, R. Guénon y D. Roman (y aquellos que se esfuerzan en seguirlos fielmente), se habrían interesado en la Masonería únicamente, parece ser, para denunciar severamente, a lo largo de todas sus obras, su degeneración y las graves e irremediables lagunas que de ello resultan, las desviaciones, las taras y el laxismo institucionales, los compromisos con el siglo, las infiltraciones de la "contra-iniciación", etc... Muy bien. Pero habrían dado pruebas así de una ceguera sorprendente al despreciar el hecho de que la Masonería vehicula desde su origen, y por vía ininterrumpida de transmisión, una influencia espiritual que perdura hasta hoy. Lo que hubiera significado, por su parte, despreciar las consecuencias considerables que se desprenden de esta situación única en Occidente. Recordamos a propósito de ello la nota, muy firme y sin apelación, de R. Guénon: "Unas investigaciones que hubimos de hacer respecto a este tema, en un tiempo ya lejano, nos condujeron a una conclusión formal e indudable que debemos expresar aquí con toda franqueza, sin preocuparnos de las iras que pueda suscitar en distintos lados: si se deja aparte el caso de la posible supervivencia de algunas escasas agrupaciones de hermetismo cristiano de la edad media -por otra parte extremadamente restringidas de todas formas- es un hecho que, de todas las organizaciones con pretensiones iniciáticas que se hallan difundidas actualmente en el mundo occidental, no hay sino dos que, por muy venidas a menos que se hallen una y otra debido a la ignorancia y la incomprensión de la mayoría de sus miembros, puedan reivindicar un origen tradicional auténtico y una transmisión iniciática real; estas dos organizaciones, que por otra parte, a decir verdad, no fueron primitivamente mas que una sola, aunque con múltiples ramas, son el Compagnonnage y la Masonería. Todo el resto no es sino fantasía o charlatanismo, eso cuando no sirve para disimular algo peor; (.)"3 

    . Volviendo sucintamente a la cuestión de los altos grados, que el autor afirma sin pestañear haber "estudiado desde bastante cerca", su "análisis" -que engloba, en realidad, a toda la Masonería a la que califica de paso como "laberinto y museo"-, le lleva a constatar que su práctica se resume en "hacer deslumbrantes malabarismos con los símbolos, los números y jugar al 'mecano' con los restos de las tradiciones difuntas esparcidos en los diferentes grados (.)". ¿Se puede ir más lejos en el desprecio? Pero el interés de su examen reside para nosotros en el significativo cotejo que hace entre aquellos y la herencia Templaria. Así, es bastante chusco el ver utilizar la "autoridad" de un J. de Maistre ("sin embargo 'Caballero Bienhechor de la Ciudad Santa' " nos dice el autor con un contento y candidez indudables) para negar todo crédito a la "supuesta" "filiación Templaria" en el seno de la Orden, cuando se sabe que el Régimen Escocés Rectificado, al cual aquél perteneció en una época, ¡le era hostil y lo había repudiado oficialmente! La simple lectura del capítulo XV del tomo 2 de Denys Roman que lleva por título: "Willermoz o los peligros de las innovaciones en materia masónica", hubiera evitado al Sr. Amalric esta singular torpeza. 

    Pero hemos de poner término al examen de las declaraciones del autor; ¿merecerían por lo demás ser señaladas si no manifestaran una tendencia muy adecuada para satisfacer los propósitos del "Príncipe de la confusión"? "  

    Traducción: J. M. R.
 
 
NOTAS
1 Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage, Tomo 2, capítulo "Los altos grados masónicos" […]. [Traducido en SYMBOLOS  ].
2 Convendría invertir la oración, porque no es la Masonería quien ha "roto los lazos con la Iglesia" (romana); un paso así por parte de la Orden no tendría ninguna razón de ser. […] 
3 (Aperçus sur l'initiation, ed. 1953, p. 41, n. 1). Los adversarios de la Masonería confunden generalmente a las Obediencias (y a los masones) con la Orden masónica, siendo ésta el principio iniciático, de naturaleza intemporal e inafectada. De ello resultan unos equívocos cuyo alcance no siempre es percibido por los propios masones. […] 
 
 
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